Los remedios del Buey Mudo contra la tristeza
Hubo una época hermosa de la historia de la humanidad, en la que se confiaba que la razón del hombre podía resolver casi todo. En esa época, por ejemplo, se podía discutir con argumentos racionales incluso acerca de las pasiones y los sentimientos; hoy los sentimientos y las pasiones impiden discutir cuestiones racionales. Usaban la razón, pero no eran racionalistas; no creían en una razón algorítmica, fría y calculadora. La razón servía para descubrir la realidad. Había plena conciencia de que la realidad supera a la razón. Que le gana por goleada. La razón no pretendía imponerse como juez de la realidad, sino que la interrogaba respetuosamente. Y callaba, para escuchar a la realidad. Se razonaba en comunidad. Vivían discutiendo y contestando las objeciones de los que pensaban distinto. Pero, de nuevo, había que callar para entenderlas y apreciarlas. Y, como se trataba más de callar que de hablar, el representante más destacado de esa época es el Buey Mudo.
Así llamaban a un estudiante de Alberto Magno que, por personalidad y contextura física, era blanco fácil del bullying medieval. Cuentan que, en una clase, cuando Alberto vio que se reían de su alumno, amonestó al resto diciendo: “cuando este Buey Mudo hable, sus mugidos harán temblar al mundo”. Y así fue.
Santo Tomás de Aquino resultó ser una máquina: iluminó con la razón aristotélica inspirada en la fe cristiana hasta el más mínimo rincón de la realidad. Sería fácil convencerlos de su genialidad describiendo sus cinco demostraciones de la existencia de Dios. Fueron cinco golazos en la final de un mundial. La cuarta, es un calco intelectual del segundo gol a los ingleses. Algunos dicen hoy que la quinta fue con la mano. O podría convencerlos también contando como, en un cabezazo imposible, mostró que el mundo podía ser eterno y creado por Dios al mismo tiempo. O esa chilena desde afuera del área con la que demuestra que, aunque Dios conozca el futuro, somos plenamente libres. Pero hay algo de trampa en eso. Se llama falacia de énfasis. Los videos de YouTube con selección de jugadas espectaculares son especialistas en aplicarla. No. Un gran jugador se ve analizando un partido intrascendente, elegido al azar.
Elijo un número al azar y busco esa cuestión en la Suma Teológica. Sale el 38. Sobre los remedios de la tristeza (De remediis tristitiae), o sea qué hacer cuando uno está triste, para salir de ese estado. Genial. Vamos a ver caños y tacos de Tomás y paredes con Aristóteles. De paso, nos llevamos unos tips para saber qué hacer cuando estamos bajoneados.
Uno podría pensar que el teólogo más elevado de toda la historia recomendará ponerse en oración, mortificarse o hacer un retiro espiritual. La respuesta va totalmente por otro lado: el deseo se mueve para conseguir placer; cuando lo alcanza, descansa. El placer es como el descansar del deseo. La tristeza, que es lo contrario, es como un fatigarse, una enfermedad de nuestros deseos que se produce cuando no alcanzan lo que buscan. Y así como las enfermedades se curan con reposo, la tristeza se cura con el reposo del deseo, o sea, disfrutando de algo, de lo que sea. Por lo tanto, primer consejo de Tomás, si estás triste, date un gustito, que eso te levanta el ánimo.
El segundo consejo de Tomás es muy sencillo: si estás triste, llorá. Pero no es fácil de justificar y tiene que gambetear objeciones difíciles. Cuento una: el llanto es efecto de la tristeza como la risa de la alegría. Si llorar disminuyera la tristeza, reírse debería disminuir la alegría, y pasa lo contrario. Pero, dice Tomás, la alegría extra que viene por reírse, proviene de hacer lo que hay que hacer en esa circunstancia. Cuando uno está alegre, tiene que reírse, y por eso, reírse le causa todavía más alegría. Cuando uno está triste, tiene que llorar, y por eso llorar mitiga el dolor. Además, cuando lo nocivo se guarda en el interior, la atención del alma se concentra en su interior y eso aflige más, porque aumenta la presión. Cuando se manifiesta al exterior, llorando, “la atención del alma en cierto modo se desparrama sobre las cosas exteriores, y así disminuye el dolor interior”. Llorar descomprime.
El tercer consejo es compartir la tristeza con los amigos y dejarse consolar por ellos. También acá hay objeciones interesantes. Cuando se comparte una alegría, la alegría crece porque hay más gente alegre. Así, cuando se comparte la tristeza, también debería crecer, porque hay más gente triste. Y, para colmo, los que están tristes son tus amigos. Y la tristeza de tus amigos te entristece, por lo que incluso vos vas a estar más y no menos triste. Y entonces tus amigos todavía más y vos más por ellos y así al infinito. Una tristeza compartida generaría una tristeza infinita. Pero, recuerda Tomás, el consuelo de los amigos demuestra su amor, y el amor de los amigos es algo bueno que, por lo tanto, produce gozo y el gozo (ya lo demostró), disminuye la tristeza. Así, aunque la tristeza de tu amigo causada por tu tristeza podría entristecerte, la manifestación de su amistad es todavía más fuerte y, sumando y restando, terminás menos triste.
El cuarto consejo es: cuando estés triste, tratá de contemplar la verdad porque contemplarla produce un gozo tremendo (por eso no se ven caras tristes en Baikal). La objeción es que un gozo de la inteligencia no puede mitigar la tristeza, que siempre es más afectiva, no es intelectual. Aunque el intelecto sea la parte superior del hombre, intelecto y afectos son distintos. Pero Tomás dice –y acá se trasluce algo de experiencia propia– el gozo espiritual es tan grande que rebalsa y desde arriba se derrama hasta la parte afectiva. Entender verdades emociona, pone la piel de gallina. Y eso reduce la tristeza.
El último es genial: si estás triste, dormite una buena siesta y date un baño bien largo. La objeción es obvia: la tristeza es del alma y el sueño y el baño reparan el cuerpo. Pero Tomás responde que, como ya vimos, cualquier placer mitiga la tristeza, incluso los placeres físicos. Además, aunque la tristeza es algo del alma, produce un efecto nocivo en el cuerpo, porque es contraria a la vitalidad. Si uno combate el efecto en el cuerpo, contraataca en el alma. Así como un alma triste produce un cuerpo cansado y enfermo, un cuerpo descansado y sano produce alegría en el alma.
Así que, si estás bajoneado, seguí los consejos de Tomás para darle vuelta el partido a la tristeza: date un gustito, llorá todo lo que tengas que llorar, compartila con tus amigos, dormite una buena siesta y date un flor de baño. Y, después, venite para Baikal.