No hay que cambiar las leyes, hay que hacer cumplir las que ya están
Por Christián Carman
“No hay que cambiar las leyes, hay que hacer cumplir las que ya están” se escucha muchas veces como respuesta a aquellos que quieren proponer una nueva ley para resolver un problema que se ha vuelto endémico en una sociedad. Y es que, efectivamente, hay dos posibles razones por las que el Estado puede fallar al intentar resolver un problema: o la solución que se propone no es buena, o sí lo es, pero no logra aplicarla.
Platón dice en La República que él quiere entender al ser humano. Pero como es tan complejo, como el ser humano tiene tantos vericuetos minúsculos, necesita un modelo del hombre, pero mucho más grande. Algo así como una gigantografía del hombre que revele hasta el más mínimo detalle del ser humano. Y eso es la república. La sociedad es, un poco, una gigantografía del hombre. Entendiendo la sociedad, se entiende al individuo. Ésa es la propuesta metodológica de La República.
Aristóteles sigue en esto a su maestro. En su Ética a Nicómaco aplica al ser humano el dilema cambiar-las-leyes vs. cumplir-las-que-ya-están. Dice que una persona inconstante “se parece a una ciudad que decreta todo lo que se debe decretar y que tiene buenas leyes, pero no usa ninguna de ellas”, la persona equivocada, “en cambio, es semejante a una ciudad que hace uso de las leyes, pero las leyes que tiene son malas”. Muchas veces no logramos nuestros objetivos –nos dice Aristóteles– no porque hayamos decidido mal, sino porque no nos hacemos caso. Somos desobedientes con nosotros mismos. Decidimos bien, pero después, nos cuesta mucho cumplir con lo que nos propusimos. El problema, insiste Aristóteles, no está en nuestra inteligencia, sino en nuestra inconstancia. Decido despertarme a tal hora, o que voy a salir a caminar, o que voy a ir a visitar a tal amigo, o que finalmente voy a leer algunas obras pendientes que tengo de Borges, pero, llegado el momento, no me hago caso. Entre lo que decido hacer y lo que hago hay un triángulo de las Bermudas en el que naufragan todas nuestras intenciones.
Aristóteles advierte que es más fácil cambiar para el equivocado que para el inconstante. Porque, apenas el equivocado se da cuenta de su error, cambia las leyes y automáticamente se cumplen. El problema con el inconstante es más profundo. La propuesta es empezar a atacar nuestra propia auto-desobediencia. De a poco, en detalles. Una buena idea es anotar en un cuaderno lo que decidimos, para después chequear con más facilidad si lo cumplimos o no.
Por lo pronto, mañana a la mañana me voy a despertar a la hora que decida esta noche, antes de acostarme.
Christián Carman
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