Los “puntos ciegos” en el debate por la longevidad
En el campo de la óptica se conoce como “punto ciego” a la zona de la retina donde nace el nervio óptico. Como carece de células sensibles a la luz, no tiene la capacidad de ver. En los autos, el “punto ciego” está definido por las zonas que rodean al vehículo y que no son accesibles –para la vista- por los distintos espejos retrovisores.
En materia de proyecciones de futuro también existen “puntos ciegos”, zonas relativamente cercanas (en el tiempo) pero que permanecen invisibles porque nuestra atención está encandilada con discusiones sobre escenarios más rimbombantes y estridentes.
Ejemplos de este fenómeno pueden encontrarse en prácticamente cualquier debate sobre el futuro. Mientras que el provenir del trasporte se lleva titulares masivamente en lo que tiene que ver con vehículos sin conductor humano, opciones menos rutilantes como la micro-movilidad (bicicletas eléctricas, scooters y otros dispositivos) tienen hoy un impacto mucho más grande y real. En el campo de la Inteligencia Artificial (IA) se invierten cantidades enormes de atención discutiendo si la “singularidad” (el momento en que las máquinas superen a la inteligencia humana) llegará en 2035, 2040, 2050 o nunca; hay “elefantes que pasan por nuestras narices” en términos de problemas sociales que actualmente provoca la explosión de algoritmos y que apenas se discuten. O de efectos que ya están en la infraestructura de nuestra realidad, con IA que ya hace cosas “lo suficientemente bien” y con eso rebasa la cota de disrupción.
Con el envejecimiento sucede algo parecido. Mientras que el grueso de las notas van al dilema de “vivir para siempre” (o cientos, o miles de años), con todas sus consecuencias filosóficas, sociológicas y económicas asociadas; hay toda una batería de tecnologías “a la vuelta de la esquina” que apuntan a producir cambios drásticos de aquí a pocos años. No es seguro que se pueda romper en el corto plazo el récord de longevidad (lo tiene la francesa Jean Calment, que falleció a los 122), pero sí veremos avances importantes sobre la extensión del período que podremos vivir en condiciones saludables a nivel físico y cognitivo.
En un reciente libro, “The Price of Inmortality: The Race to Live Forever” (“El precio de la inmortalidad: la carrera para vivir para siempre”, aún no traducido) el periodista Peter Ward se mete en la frontera difusa de la longevidad entre la ciencia y al pseudociencia.
Ward, un divulgador inglés que vive en una isla frente a Seattle, en Estados Unidos, arranca con una inmersión en la Iglesia de la Vida Eterna, una congregación que practica ayuno intermitente y apuesta a un futuro cercano donde la biotecnología avanzará más rápido que el deterioro de nuestros cuerpos (se llegará al famoso punto de la “velocidad de escape”). ¿Cuándo? De aquí a entre 20 o 30 años, “o tal vez antes”, dice Neal VanDeRee, el pastor de la congregación.
Aunque no “se juega” por la factibilidad de ningún camino, el libro de Ward es una buena actualización sobre los distintos métodos, hábitos y avenidas de avances científicos que asoman en el territorio de la longevidad extrema. Hay buena prosa, historias divertidas (la de la moda de criogenizarse décadas atrás no tiene desperdicio) e ideas para aplicar si queremos profundizar en este campo.
Sebastián Campanario
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