Compartir los bienes espirituales, el mejor negocio
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Por Christián Carman
Hace unas semanas hablábamos de la alegría que nos produce ver a un niño abrir el regalo que le hicimos. A todos nos gusta compartir. No hay nada más lindo que ver a otro feliz por algo que le dimos. Pero, obviamente, compartir tiene un aspecto negativo: aquello que compartimos lo perdemos. Por eso no compartimos tanto. Me encantaría que seas feliz comiendo la última porción de pizza, pero si la comés vos, no la como yo. A veces, prefiero compartir la porción; a veces, prefiero comerla. Así son los bienes materiales, no hay nada que hacerle. Lo que te doy, lo pierdo. La forma de compartir, es dividiendo.
Si por algún fantástico arte de magia, cada vez que compartiera un bien material, se multiplicara y, mientras vos te vas con lo que te dí, yo me quedo con el doble, hasta el más egoísta compartiría. Exactamente eso pasa con los bienes espirituales. Si yo comparto mi conocimiento con vos, por ejemplo, no lo pierdo. Vos te vas con el tuyo, pero yo no me quedo sin el mío. Los docentes no tienen que volver a aprender lo que enseñaron en la clase anterior, porque al enseñarlo lo perdieron. Al contrario, compartir el conocimiento, lo aumenta. Si estoy alegre y comparto mi alegría con amigos, no dejo de estar alegre por haberla compartido; al contrario, estoy todavía más alegre. La forma de compartir, es multiplicando.
Hagamos el negocio de nuestra vida: empecemos a compartir más nuestros bienes espirituales.
Christián Carman
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