A cada Medusa, su Perseo

20/07/2020

Margarita Girardi, alumna de Vivan las Ideas

En Vivan las Ideas se habló del arte de conversar. Me encantó que se viera la conversación como un arte. Esa metáfora me ayuda a explicar cómo podemos transmitir puntos de vista, emociones y sensaciones a través de la palabra. Esto se logra en su forma más pura en la conversación que tiene por principal objetivo el relacionarnos con el otro. Entonces hacemos nuestra escultura con materiales blandos, amigables, que se moldean y cambian su forma con facilidad. Y me vienen a la mente dos artistas que conocí muy bien. Uno era mi padre, quien decía que todo otro tenía algo que decir y que de todo otro se puede aprender sin importar su lugar en la escala social ni su lugar en el mundo. Por consiguiente, lo escuchaba. Estaba presente y le hacía sentir a su interlocutor que no había nada más importante para él en ese momento. Como decía Sócrates, “lo ayudaba a sacar las verdades que tenía en su interior”. El otro artista de la palabra, era mi tío Rafael, quien me enseñó una regla de oro cuando yo era muy chica: a los demás hay que hablarles de lo que a ellos les interesa. Por consiguiente, mi tío, que era versado y versátil, comenzaba cada conversación con una pregunta abierta cuyo tema dependía de con quién estaba dialogando. Así, a mi hija adolescente le hablaba de hockey, con el ingeniero Tal se enfrascaba en una discusión sobre una represa hidroeléctrica y al abogado Cual le hacía comentarios sagaces sobre la nueva ley de alquileres. Si sabía del tema, contribuía cuanto podía. Si no, lo manejaba, preguntaba y aprendía, pero uno siempre sentía que había crecido después de participar en una conversación con él.

Sin embargo, el arte de conversar se desvanece cuando se trata de una conversación difícil. Aquella que no queremos mantener con quien creemos que piensa diferente. Allí no puedo ver la conversación como un arte y recurro a la metáfora de la batalla. Y voy a la lucha a esculpir al otro para hacerlo cambiar de opinión o para dejarlo sin palabras. Soy Medusa, el monstruo griego que convertía en piedra a todo aquel que la enfrentase, sin tomar conciencia de que Perseo me acecha y me mira por el espejo que forma su escudo para asestarme un golpe maestro y hábil que me decapitará, destruyendo por completo mi argumento.

Entre todo lo que aprendí en la clase, la idea de guardar el ego en un cajón, desarmarnos y abrirnos a lo que siente el otro, dejarnos moldear, alegrándonos más por “ser refutados que por refutar” sobre todo cuando vamos al encuentro del que creemos piensa distinto, me parece absolutamente enriquecedora para el mundo en que vivimos. Con ella vuelve a prevalecer la belleza y el corazón muy por encima de la razón y ya no importa tanto que Perseo nos corte la cabeza. Al contrario. Seguramente podremos ver que nuestras diferencias no son tantas. Tal vez Medusa deba desaparecer para que nazca una nueva forma artística que incorpore lo que no sabíamos y lo que hemos modificado a través de la conversación.

Margarita Girardi