Cómo resolver nuestra guerra civil interior
Por Christián Carman
En la República, Platón dice que hay una diferencia muy grande entre cómo se debe actuar en una guerra entre distintos pueblos y en lo que hoy llamaríamos una guerra civil. Cuando los habitantes de un mismo pueblo combaten entre sí por alguna razón, hay que ser muy cuidadoso para no producir daños irreparables porque, aclara Platón, cuando pase la lucha, tendrán que volver a convivir. Cuando hay una lucha interna, el buen legislador no es aquel que apoya a uno de los bandos, aunque sea el mejor, sino el que restablece la paz, el que logra reconstruir la amistad perdida. Al igual que en una pelea familiar, es siempre preferible la reconciliación sin que se pierda nadie, antes que una victoria, aunque sea de los buenos, pero que conlleve víctimas.
En las Leyes aplica esta misma idea, pero a la persona. También en nuestro interior se desata a veces una lucha, una guerra civil. Hay partes que quieren cosas distintas: nuestra inteligencia nos muestra algo, y nuestras emociones nos tiran para otro lado. No siempre, pero frecuentemente están en pugna. Entonces, el buen legislador de sí mismo no es el que permite que uno se imponga sobre el otro. No es el que permite que nuestras emociones tomen el control y esclavicen a nuestra inteligencia, obligándola a humillarse justificando todo el tiempo las malas decisiones que hemos tomado. Pero tampoco el que permite que nuestra inteligencia someta y reprima nuestras emociones en nombre de un supuesto deber-ser. Una inteligencia sin emociones está cuadripléjica, una emoción sin inteligencia, ciega. El buen legislador es el que logra reestablecer la amistad entre lo que creemos que es lo mejor para nosotros y lo que deseamos para nosotros. Cuando sintamos esa pugna en nosotros –nos aconseja Platón– no nos pongamos de un bando o del otro. Tratemos de amigarlas, de encontrar la manera de que ambas, inteligencia y emociones, se sientan cómodas en la convivencia.
Christián Carman