Diógenes y su encuentro con Alejandro Magno
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Por Christián Carman
El estruendo que hacían los carros tirados por numerosos caballos seguro lo despertaron. No estaba durmiendo, estaba en ese estado semiconsciente entre el sueño y la vigilia. Recostado, como siempre, en la calle. Sucio y maloliente. Con infinitas moscas orbitando a su alrededor. Con un hambre que ya no molesta porque se convirtió en hábito. Ve un gran tumulto a su alrededor. Mucha gente que se empieza a juntar. Ya hay una pared humana que no le permite ver más allá. Está molesto. No le gusta la gente. Esa pared humana se abre al medio y deja paso a una procesión encabezada por Alejandro Magno. No lo conocía personalmente, obviamente, pero ¿quién otro podía estar custodiado por una guardia tan numerosa? ¿quién podía vestir armas con tanto oro? ¿a quién podía sentarle tan bien tanta elegancia? Era él. La persona más poderosa del mundo conocido se inclinaba ante un pordiosero con ánimo de entablar un diálogo. Sin embargo, él miraba con desprecio, con hartazgo. “Soy Alejandro”, le dijo, como si hiciera falta que se presentara. “Y yo soy Diógenes, el perro”. Le contestó.
Diógenes era discípulo nieto de Sócrates. Discípulo de un discípulo de Sócrates. Platón lo conocía, y decía que Diógenes era un Sócrates que había enloquecido. Fue el representante más conocido del Cinismo, una escuela de filosofía que despreciaba todos los honores, las riquezas y los placeres. La gran mayoría de las necesidades eran meros inventos de la sociedad. No eran realmente necesarias. Había que desprenderse de todo. No desear nada. Diógenes llevaba una vida increíblemente austera: sólo tenía un manto y un bolso donde guardaba un plato y un cuenco, que usaba de vaso. Pero una vez vio a un niño que comía lentejas en un pedazo de pan y tomaba agua de la fuente ayudado con sus manos y se dio cuenta que todavía tenía cosas superfluas. Se deshizo del plato y del cuenco. Las crónicas no lo cuentan, pero supongo que también se deshizo del bolso. ¿Para qué querría un bolso vacío?
La gente se puso nerviosa y el tumulto creció ante la respuesta insolente de Diógenes. Alejandro, sin embargo, tranquilo, le preguntó: “¿Por qué te llaman “perro”?” “Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y muerdo a los malos”, contestó. “Entonces –dijo Alejandro– pedime lo que quieras y te lo voy a dar”. “Una sola cosa te pido –le contestó Diógenes–, que te corras, porque me estás tapando el sol”.
Esta guerra verbal entre Diógenes y Alejandro representa la lucha perfecta entre dos modelos de felicidad que están en pugna desde la época de los griegos. Una batalla dialéctica entre el que lo tiene todo y el que no desea nada. La felicidad consiste en no tener deseos insatisfechos. Pero hay dos estrategias para lograrlo: o conseguir todos los bienes que nuestros deseos piden, o aniquilar nuestros deseos. De ambas formas se logra que no haya deseos insatisfechos. En este diálogo se da un combate épico en el que los dos, sin embargo, reconocen su derrota. Alejandro, el que lo tiene todo, está mendigando a un mendigo, rogando por un poco de reconocimiento. Por eso contesta que le dará lo que quiera apenas escucha que Diógenes alaba a los que le dan. Diógenes, el que no necesita nada, pide que Alejandro se corra porque necesita el sol. Los dos reconocen su fracaso.
En esta semana te propongo que te preguntes en una escala del 1 al 5, de Diógenes a Alejandro, ¿cuál es tu estrategia para ser feliz?
Christián Carman
¿Diógenes sería algo así como un budista?.
Entiendo que el budismo consiste justamente en el «justo medio», alejado de la opulencia y el ascetismo
Creo que el eliminar un deseo para que no quede insatisfecho puede llevar a la frustración, y entonces tampoco podría haber felicidad
Un deseo que queda insatisfecho Es un deseo que existe, si no existe por ningún motivo se me está saciar por lo que la carencia de deseo no te puede llevar a la frustración
En mi opinión quien persigue el deseo material nunca termina de ser feliz se hace esclavo de cada uno de sus deseos
Yo tomo este diálogo entre Diógenes y Alejandro, como un ejemplo que deberíamos seguir todos, de dejar de ver al estado, al gobierno, como alguien que nos ayuda, nos beneficia.
Tenemos que entender que el estado lo único que hace es interferir en nuestras vidas y eso provoca daños irreparables en los individuos y en la sociedad.
Alejandro es el estado, el poder… Diógenes el individuo libre.
«Correte que me haces sombra»… Dejame libre para actuar y alcanzar mi felicidad.
Es mi punto de vista, obvio… uso este diálogo como ilustración de mis ideas y filosofía, más allá de las intenciones originales o de otras interpretaciones.