El arte de enseñar a parir
Por Christián Carman
En una de las páginas más conmovedoras que escribió Platón, un jovencito llamado Teeteto, está dudando si entregarse o no sin reservas a las enseñanzas de un ya experimentado Sócrates. Sócrates, para ganar su confianza, le revela su profesión: “Yo heredé la profesión de mi madre”. Los ojos del joven Teeteto crecen llenos de asombro. “Yo soy partera”, insiste Sócrates. Tenía que estar bromeando, ningún varón se dedicaba a esas tareas. Sócrates le aclara que hay una particularidad en su modo de ejercer la actividad: las matronas, como su madre, examinan los cuerpos y los ayudan a dar a luz; él, en cambio, examina las almas y, si ve que son fecundas, las ayuda a parir sus propios pensamientos. Sócrates es una matrona de almas. Ésa es la tarea del maestro, del guía: no imponer sus propios pensamientos, ni siquiera proponerlos sin violencia, sino ayudar a sacar lo mejor del otro. Lo que hay en el otro, no lo que vos querés depositar en él. Ayudar a que el potencial del otro vea la luz, que el otro se realice, se plenifique, llegue a la mejor versión de sí mismo. El maestro es sólo un ayudante que con su experiencia lo asiste para transitar esa experiencia, pero no es el que fecunda. El alma ya está fecundada. No es llenarlo de vos. Es ayudarlo a que se llene de sí mismo. Sócrates en esto es clarísimo: “es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos.”
En griego, al arte de ayudar a parir, a la obstetricia, se la llama “mayéutica”. Sócrates considera que su profesión es la mayéutica. Pero “obstetricia” viene del latín, de “ob-stare”, que quiere decir, entre otros significados, “estar a la espera”. El buen maestro ayuda al otro a parir, pero, como los y las buenas obstetras de cuerpos, saben esperar el momento del parto.
Christián Carman