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El impostor está escondido en todos lados
En el mail anterior les propuse que hay que tener cuidado con lo que aprendemos del éxito y del fracaso porque ambos están hechos de diferentes ingredientes: azar, talento, método. Pueden ver ese texto acá.
Esos ingredientes probablemente no se presentan “puros” sino que vienen mezclados, pero generalmente uno predomina. Probablemente el éxito de Maradona se debe más al talento que al método. Probablemente el éxito de alguien que se hizo millonario comprando bitcoins se debe más al azar que al método. Probablemente el éxito de alguien que se hace millonario aplicando durante 50 años reglas simples de la escuela de inversión de valor se debe más al método que al azar o al talento (aunque el azar o cierto talento hayan hecho encontrar ese método y lo pusieran en el contexto en el que funciona. Esto lo veremos más adelante cuando veamos “lotería ovaria”).
Tratar de entender qué predomina en cada caso de éxito nos sirve para destilar los casos en los que predomina el método, porque esos son de los que podemos aprender.
¿Cómo hacemos para lograrlo?
El talento es fácil de aislar: todos lo reconocemos. Todos sabemos que de Maradona no podemos aprender a jugar al fútbol porque él hace cosas que sólo él puede hacer. Lo vemos jugar, nos maravillamos, pero no lo podemos imitar.
Lo difícil es distinguir el método del azar. Y confundirlos es catastrófico para nuestro aprendizaje porque, si lo hacemos, podemos estar aprendiendo tonterías de un suertudo, suponiendo que estamos aprendiendo un método.
El caso extremo de las monedas que tiramos al aire en el texto anterior sería así: 100 personas se ponen a tirar monedas al aire, cada una haciendo algo particular: una con un broche en la nariz, otra con una pulsera verde, otra con un sombrero rojo. Todos tiran, el que saca cara sigue tirando, el que saca cruz, guarda la moneda. Al cabo de unas cuantas veces hay una persona que tiró todas caras. Esa persona justo es la persona que tiene un broche en la nariz. En la próxima ronda todos se ponen un broche en la nariz porque eso es lo que aprendieron que funciona para tirar caras.
Ahora a cosas más reales: “Los niños muy ansiosos disminuyen su ansiedad cuando duermen 3 meses con un peluche”. Esta es una afirmación que perfectamente podríamos “comprar”. Suena razonable. Pero, ¿es real que el peluche es la causa de la mejora de esos niños o es como el broche en la nariz del ejemplo pasado? ¿Si en lugar de darle un peluche les damos un vaso de leche caliente por tres meses antes de dormir? ¿O unos masajes al despertarse? ¿O un baño de agua tibia cuando llegan del colegio? ¿Mejoran? ¿Y si no les damos nada? ¿Mejoran?
Ya tienen una pista, pero en el texto que viene vamos a ver cómo terminar de desenmascarar al impostor.
En el próximo texto vamos a ver cómo destilar la parte de la que sí podemos aprender cuando nos cuentan un caso de éxito. Y con el resto… inspirarnos.
Emiliano Chamorro
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