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Estructuralmente egoístas
Por Christián Carman
Thomas Hobbes creía que somos esencialmente egoístas. Estructuralmente egoístas. Que no podemos sino buscar nuestra propia felicidad. Podemos disfrazar de aparente altruismo nuestros actos pero, en el fondo, siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Quien es generoso con sus bienes, por ejemplo, es porque disfruta de ver la cara de felicidad del que recibe, o, al menos, disfruta saberse generoso. Lo hace por él, no por el otro. Aristóteles llega a decir que incluso el que da la vida por otro, lo hace buscando para sí la mejor parte: le deja al otro la vida y él se queda con la gloria.
No sé a vos. A mí siempre me molestó esa idea. Creo genuinamente que muchas veces hacemos cosas buscando la felicidad de otro, no la nuestra. No siempre, pero muchas veces puedo distinguir perfectamente en mí acciones en las que me busqué a mí mismo de otras en las que preferí buscar a los demás. Me molesta, sí, pero sé que tiene algo de verdad. Porque en un sentido no trivial, siempre nos buscamos a nosotros mismos, incluso cuando preferimos buscar a otro. Eso es innegable.
Hace unas semanas, leyendo un artículo de la Suma Teológica de Tomás de Aquino, por fin encontré una respuesta a este “dilema del egoísmo”. Tomás, como todos los filósofos, cree que el fin último del hombre es la propia felicidad. Que cada acto que realizamos, hasta el más mínimo, si lo hacemos voluntariamente, lo hacemos buscando nuestra propia felicidad. En eso, los dos tomases y Aristóteles están de acuerdo. Pero entonces, ¿somos estructuralmente egoístas? Sí y no. Cuando Tomás de Aquino habla de la misericordia, se pregunta cómo podemos ponernos tristes por la desgracia de otro si, por definición, la tristeza surge ante un mal propio, no ajeno. Recoge la definición de amistad que nos dejó Aristóteles: “un amigo es otro yo” y la toma literalmente. Cuando uno ama, los dos son uno. Vos sos vos y el otro. Todo lo que le pasa al otro, te pasa a vos también. No hay distinción. Así, buscar la felicidad del otro, es buscar la tuya. No porque resignes tu felicidad por la suya, sino porque a través del amor –si puedo decirlo así– se amplió tu “yo” y, ahora, abarca también al otro. Amar es ir haciendo crecer el propio yo, que más cosas sean vos.
El egoísta y el altruista buscan su propia felicidad, pero en el círculo de su felicidad, el egoísta se tiene solo a sí mismo, el altruista ha dejado ingresar a otros. La diferencia, así, no es que uno se busca a sí y el otro a los demás. La diferencia es el tamaño del yo. Para el egoísta, la felicidad del otro compite con la propia. Así, obviamente, siempre es preferible la propia. El altruista disuelve la distinción entre su felicidad y la del otro, ambas son suyas. Ampliemos el círculo y cobijemos en el regazo de nuestro propio yo a todos los que podamos.
Christián Carman
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