La bendición de empezar a usar anteojos
Por Christián Carman
Hace muchos años trabaja en un instituto terciario en el que cumplía funciones Martita, una encantadora docente ya jubilada. Martita había sido maestra de plástica y una gran restauradora de obras de arte. Tenía un sentido estético impresionante. Captaba la belleza allí donde se manifestara. La belleza no se podía esconder de ella. Pero, como siempre pasa, también captaba inevitablemente su opuesto. Se desencajaba cuando yo no combinaba bien los colores de mi ropa. Una tarde, charlando con ella, me dijo: “yo sé que con los años me estoy poniendo cada vez más “feíta” (fue esa la expresión que utilizó). Me voy encorvando, y arrugando, los ojos están más saltones y la nariz parece crecer. Pero no me importa. ¿Sabés por qué? Porque la naturaleza es sabia y, a medida que mi marido y yo vamos envejeciendo, yo me voy poniendo cada vez más fea, sí, pero él va perdiendo la vista”. La naturaleza es sabia, pensé, pero Martita también. Con esa sabiduría que sólo dan los años.
Sócrates era muy respetuoso de la sabiduría que se logra con los años. No sólo por la acumulación de años. Ni por la acumulación de experiencia. Sino a través de esa sabia síntesis que con calma los mayores van gestando y, de vez en cuando, se animan a transmitirnos, cuando les damos la ocasión. Una vez, charlando con Alcibíades, Sócrates le dice: “La vista del entendimiento, ten por cierto, empieza a ver agudamente recién cuando la de los ojos comienza a perder su fuerza”. A los que empezamos a usar anteojos recientemente, Sócrates nos invita a empezar a cocinar nuestra síntesis, a los que ya hace rato que los usan, a que la compartan con los demás, y a los que tienen todavía la vista de un lince, a que escuchen a sus mayores.
Christián Carman