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La hiedra y el tutor

Por Christián Carman

Cuando abrieron el cadáver hizo una mueca sobradora mientras miraba fijamente a su contrincante. Él era un ferviente seguidor de Galeno; su oponente, de Aristóteles. Galeno afirmaba que los nervios procedían del cerebro; Aristóteles, del corazón. Cansados de discutir, decidieron abrir un cadáver y observar. Claramente se veía que el manojo de nervios bajaba del cerebro. Ciertamente, no era lo que el aristotélico esperaba encontrar. No sabía qué decir. Lo que estaba viendo era demasiado contundente, pero su maestro no podía estar equivocado. Ante su silencio, el discípulo de Galeno lo provocó: “¿Y? ¿Podés ahora seguir afirmando que Aristóteles nunca se equivoca?”. “¡Por supuesto!”, le contestó, “Claramente la anatomía humana ha cambiado desde la época de Aristóteles a la nuestra”.

Galileo cuenta esta anécdota en su Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo, para burlarse del fanatismo de los aristotélicos. Aristóteles fue inmenso. Pero eso puede jugar en contra de sus seguidores, que se terminan fanatizando. Un buen maestro es como un tutor. Como un tutor de plantas: la protege cuando es débil, ayuda a que crezca derecho pero, cuando creció lo suficiente y su tronco es lo suficientemente grueso, la planta ya no necesita al tutor, al que suele superar en altura.

En el Discurso del Método, René Descartes tiene una imagen genial para esos aristotélicos fanáticos. Dice que son como la hiedra, como esa planta trepadora que va creciendo agarrándose del tronco. Ganan altura muy rápido, pero no tienen fuerza para sostenerse por sí mismas. Además, no pueden jamás superar la altura de su maestro. Una vez que llegan a la copa, si siguen creciendo, empiezan a descender.
Probablemente haya que ser altísimo como Aristóteles para encontrar seguidores que quieran colgarse de nosotros como hiedras. Pero no hace falta ser alto para ser un buen tutor.

Christián Carman

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