No se puede vivir de snacks

Por Christián Carman

El jovencito, muy ansioso, llega a la casa de Sócrates antes que el Sol y lo despierta. Protágoras, el renombrado sofista, arribó a la ciudad y el joven está desesperado por que lo acepte como discípulo. Pero Protágoras es muy selectivo. No tiene ninguna chance si Sócrates no lo acompaña e intercede por él. Sócrates lo calma y le dice que todavía es muy temprano, que seguro Protágoras está descansando todavía. Lo invita a charlar un rato en el patio, para hacer tiempo. Allí le explica la importancia de prestar atención a la dieta espiritual. Nos preocupamos mucho por comprar buenos alimentos en el mercado y no nos fiamos mucho de los vendedores, porque –dice Sócrates– siempre hablan maravillas de sus productos. Si somos entendidos, lo evaluamos nosotros mismos; si no, pedimos consejo a alguien de confianza. No nos entregamos sólo a lo que nos gusta porque somos conscientes de que lo que ingresa en el cuerpo, según calidad, cantidad, dosis o momento puede ser nocivo o perjudicial. En todo caso, tratamos de educar el gusto, para que nos guste lo sano, lo que nos hace bien. Y, si le hacemos caso a Narda Lepes, la prestigiosa cocinera y profesora de Baikal, no decidimos que algo no nos gusta hasta haberlo probado, al menos, unas 40 veces, durante más de un año, en distintas comidas.

Los conocimientos son como los alimentos del alma. Los ingerimos mediante conversaciones, lecturas, o mirando maratones en las plataformas de streaming. Sin embargo, para ingerirlos no ponemos el mismo cuidado que para los alimentos del cuerpo. Nos lanzamos a devorar cualquier cosa, en proporciones y porciones descontroladas y en horarios absurdos sin otro criterio que el gusto. Bajamos la guardia frente a un algoritmo, como si se preocupara por nuestra salud espiritual y no por que consumamos más. “Incluso –aclara Sócrates con su genialidad habitual– hay un peligro mucho mayor en la compra de conocimiento que en la de alimentos”, porque los alimentos se compran y se ingieren más tarde, hay tiempo para la consulta o el arrepentimiento. Pero, “las enseñanzas no se pueden transportar en otra vasija, sino que es necesario, después de entregar su precio, recogerlas en el alma propia y, una vez aprendidas, retirarse dañando o beneficiado”.

Tal vez debamos seguir el consejo de Narda y lanzarnos a la aventura de educar un poco nuestro gusto espiritual. Empezar a probar el alimento sólido de los clásicos. No un intento; cuarenta, durante un año. Es probable que al leerlos no explote nuestro paladar mental de placer. Ciertamente no están rociados con ese polvo mágico de los snacks. Abrir un paquete cada tanto, no está mal; pero el espíritu, como el cuerpo, no puede vivir de snacks.

Christián Carman

 

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