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San Agustín y el tamaño de los problemas
Por Christián Carman
Hace un tiempo una amiga compró el mismo departamento en el que había vivido toda mi infancia. Me invitó a visitarlo y fui. Me moría de ganas de volver a verlo. Por supuesto, estaba muy cambiado, pero los ambientes, las ventanas, las puertas, incluso el piso de parquet era el mismo. Inevitablemente me inundó una profunda nostalgia por esos años que vivimos ahí. Pero lo más impactante fue el tamaño del departamento. En esa época éramos cinco hermanos más mis padres viviendo en ese departamento, de menos de 80 mt2. Siempre supe que era un poco chico para todos porque cuando nació Ezequiel, mi hermano menor, el sexto, tuvimos que mudarnos. Pero cuando lo vi no podía creer lo chico que era. Lo recordaba mucho, pero mucho más grande de lo que realmente era.
Inmediatamente noté que había un error en esa forma de plantearlo. Al decir que es más grande de lo que lo recordaba estaba oponiendo un hecho objetivo –el tamaño real del departamento– con el recuerdo que yo tenía de chico. Pero en realidad estaba comparando mi percepción del tamaño actual, de adulto, con la que tuve cuando era chico. “qué tan grande me parece” es relativo. ¿Por qué suponer que mi percepción actual del tamaño es más adecuada que la que tuve de niño? Cuando sos chico te parece de un tamaño, cuando crecés, te parece más chico. Insisto: es relativo.
El otro día, releyendo un capítulo de las Confesiones de San Agustín, me di cuenta de que muchas veces cometo el mismo error cuando mis hijos reaccionan exageradamente frente a algo que para mí es muy chiquito, que para mí es una pavada. San Agustín se queja de que los adultos juzgan con sus criterios lo que es importante o no para un niño y se olvidan de cómo pensaban cuando eran niños. Nos invita a recordar lo que sentíamos cuando éramos niños, cómo valorábamos las cosas. Muchas veces me encuentro diciéndoles a mis hijos: “¡No llores por eso que es una pavada! Perdiste un partido, nada más. No es la final del mundo.” Bueno, tal vez para él sí es la final del mundo. “No te vas a poner así porque se te rompió ese peluche mugriento.” Tal vez, ese peluche era todo para él. “¿Estás triste porque tu mejor amigo se fue del colegio? ¿Cómo vas a decir que es tu amigo del alma si hace apenas 4 años que se conocen?” Sí, pero tal vez para él 4 años es media vida.
Siempre hago lo mismo, asumo que el tamaño con el que yo lo veo es el correcto, y que ellos se están equivocando al juzgar, agrandado exageradamente algo que es en sí insignificante. Encima, les pido que sean capaces de hacer lo que yo no hago: que sean ellos los que cambien la perspectiva. Que se adapten ellos a mis criterios de adulto y no yo al de ellos.
Hay cosas que para los chicos son muy importantes. Me di cuenta de que no tengo que restarle importancia. Que no los tengo que obligar a subir, sino que me tengo que agachar yo.
Christián Carman
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