Sócrates, el psicógogo
Christián Carman, profe de Maratón Platónica.
En el Fedro, Sócrates y, justamente, Fedro se ponen a discutir sobre varios temas. En algún momento llegan a hablar de retórica: el arte de persuadir. Fedro arriesga que la retórica se domina cuando uno es capaz de provocar reacciones o emociones en el auditorio mediante sus palabras: si yo soy capaz de hacer reír o llorar, de que adhieran a lo que propongo o de mover a determinada acción, soy un buen orador. Pero Sócrates aclara que quien sabe provocar efectos con las palabras, domina sólo la técnica previa a la retórica, pero todavía no la retórica en sí. Es como si alguien que supiera qué droga suministrar para bajar la temperatura corporal, o para hacerla subir, para generar relajación o para mantenerte despierto, se creyera ya médico (¡a Sócrates le encantan los paralelismos con la medicina!). Eso es sólo el conocimiento previo ¿Qué falta para que sea médico? Conocer los cuerpos de los pacientes para saber a quién administrar cada fármaco, cuándo, en qué dosis, en qué circunstancias, con qué regularidad. No basta con saber provocar efectos, para curar también hay que saber cómo y a quién provocarlos. Con la retórica sucede lo mismo. Quien sabe emocionar con las palabras, todavía no es un retórico. ¿Qué le falta? Conocer las almas para saber a qué persona, en qué momento y bajo qué circunstancia le debe decir determinadas palabras para hacerle bien. La retórica –dice Sócrates– no es el arte de provocar emociones, sino de conducir las almas mediante las palabras. Para “conducir las almas” usa una sola palabra, que se ha perdido, pero que deberíamos recuperar. Usa ψυχαγωγία (psicogogía) que sería la mezcla de la primera parte de psicología y la segunda de pedagogía. Piscología es el estudio (-logos) del alma (psico-); pedagogía es conducir (-gogía) a los niños (peda-). La pisco-gogía es la conducción de las almas. Eso es la retórica: conducir las almas. ¡Qué hermosa palabra! Conducir las almas, ayudarlas a llegar a destino, mediante las palabras. Ser psicógogos. ¡Qué tarea! O, también, por qué no, buscarse un buen psicógogo. Obviamente, no hace falta buscarlo sólo entre los vivos.
Christián Carlos Carman.
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